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¿Asambleas o Soviets? (página 2)




Enviado por pablo_w12



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"Que se vayan todos": Palabras de amor al gobierno.

 Esta es la frase de paranoia popular que caracteriza al argentino medio, independientemente de que este apoye o no a la sovietización de nuestra nación. Su origen es doble: Por un lado, la idea de que el mal económico más grave del país no reside en lo que el Estado le roba a la ciudadanía, sino en lo que los gobernantes le "roban" al Estado (aunque el monto "robado" por los políticos fuera cien veces menor del que el Estado le usurpa a la población). Por el otro, la creencia leninista de que "fuera del poder todo es ilusión", y de que la libertad pasa a través de quien detenta el gobierno. Por ende, si todos están sujetos al poder del gobierno, quienes más dinero tienen son los únicos que forman parte de dicho poder, y que los pobres son tales por culpa de tal gobierno oligárquico. Para esta gente el Estado liberal que no esclaviza a los empresarios hace esclavos a quienes no lo son.Por supuesto, ambas percepciones son netamente anti-capitalistas. La primera por menosprecio a los méritos por los cuales quien debe pagar los impuestos ha obtenido su dinero. La segunda por desprecio paranoico a la "esclavitud" de los asalariados libres para con los empresarios "capitalistas".En ambos casos se observa el mismo prejuicio colectivista, y la misma creencia negativa y pesimista de que la sociedad no puede progresar en forma individualista. Y cuando se analiza con claridad este asunto es que se comprende por que tal ideología estatista encaja perfectamente con el odio contra las instituciones del Estado.El concepto de derechos individuales lleva implícita la idea de que existe una contradicción posible entre los intereses de los individuos, y que sin embargo esa contradicción es reconciliable mediante el reconocimiento del trabajo personal acumulado de cada individuo, mediante un parámetro viable que no imposibilite la libre relación económica y social entre los hombres. Ese parámetro no es otro que la propiedad privada basada en lo obtenido sin uso de la fuerza. O sea, una forma universal de propiedad privada, tantas veces tildada de "burguesa" por quienes olvidan que el capitalismo es consecuencia y no causa de la existencia de un Estado de Derecho; y que, en última instancia, el carácter "burgués" reside en la forma de apropiación personal, que es universal independientemente de lo que se posea y de la posición social resultante, por lo cual el epíteto debería de aplicarse a los mismos asalariados.Cuando se desconfía de todos aquellos que pertenecen al Estado por el solo hecho de integrar sus burocracias, automáticamente se está reclamando la fusión entre la sociedad y el Estado. Se cree que los males que el Estado puede generar no dependen de su forma, sino de su composición. Sus elementos individuales se ven como intereses privados en conflicto con los intereses privados del resto de la sociedad. El democratismo precisamente exige que esa función de poder pase a manos de todos los gobernados. Pero de esta forma las labores libres de los ciudadanos son reemplazados por el ejercicio continuo de gobernar. Y el principio que considera que lo individual en el Estado es un mal, es el mismo que termina considerando que si no fuera por la influencia de sectores privados, el sector público podría encargarse de toda la sociedad. Así el odio al Estado de Derecho es en realidad amor al Estado absoluto. "Si todos somos esclavos, nadie será esclavo de nadie". "Si las empresas son del Estado, y el Estado no es de nadie, las empresas estatales son "nuestras", aunque tengamos que sostenerlas por la fuerza"He aquí el terrible mal ideológico que subyace como infraestructura de la tragedia que la misma población argentina sufre hace décadas, y a la vez sin saberlo, apoya ciegamente, porque no ve que sus sufrimientos son la consecuencia de su propia exigencia cada vez mayor para con el gobierno. Ese mal es el odio del argentino para con la libertad ajena, y el miedo a que no pueda convivir con la libertad propia. Y el desastre económico que resulta de las políticas que tratan de ganar a votantes con ese odio, llevan a los electores a odiar a los elegidos, como chivo expiatorio de sus propias culpas.La cuestión es: Cuándo ya no haya sino democracia directa, ¿cual será el chivo expiatorio? Allí comenzará el apoyo al totalitarismo y la persecución de minorías, o una feliz reacción contra este proceso regresivo de tribalización del argentino medio.

 

Una involución intelectual de la opinión pública

Para entender como nuestro país ha llegado a esta situación crítica debemos hacer una breve revisión de los acontecimientos. Durante la pasada década Argentina vivió una transformación económica de libre mercado sin precedentes, que, aunque parcial, ayudó a modernizar con rapidez el uso de tecnologías de producción, promovió la inversión de capitales, un apreciable aumento del consumo y un notable crecimiento del PBI. El gobierno del presidente Carlos Saúl Menem, que fue el que lideró dicha transformación, resultó así reelegido en mayo de 1995. Sin embargo, esta situación encontró una reacción paradojal en una población acostumbrada a un adoctrinamiento gramsciano ejercido durante el gobierno anterior del socialdemócrata presidente Raúl Alfonsín, cuyo mandato finalizó antes de lo previsto por la Constitución Nacional resignando intespestivamente al generar una crisis hiperinflancionaria nunca conocida en la historia del país. Dicho adoctrinamiento logró desvincular en la mente de los argentinos el Estado de Bienestar con el costo enorme que había que pagar a la fuerza por él: altísimos impuestos, empresas estatales ineficientes guiadas por la solidaridad con miles de empleados innecesarios, aislacionismo económico casi total, devaluación rampante de la moneda de curso legal, cortes sistemáticos de suministros en los servicios públicos (gas, electricidad, agua) y regulaciones de precios y salarios que provocaban carestías continuas y racionamiento de productos básicos.

La desregulación de los mercados, las privatizaciones y la consecuente autarquía económica de las empresas antes oficiales solucionaron todos estos problemas. La competencia consiguiente produjo una mejora de los servicios públicos y el acceso a más baratos y mejores bienes de consumo: automóviles, viviendas, créditos inmobiliarios, etc. La pobreza disminuyó de un 47% en 1989 a un 16% en 1994. Sin embargo en ningún momento se asoció en la mentalidad media del argentino la economía libre con dichos beneficios. Luego de cuatro primeros años de prosperidad comenzaron las señales de que aquella propaganda izquierdista había calado profundamente en la población. Comenzó a culparse del desempleo al "capitalismo salvaje" y no a un sindicalismo verdaderamente salvaje que, apoyado en legislaciones laborales socialistas copiadas del régimen de Mussolini, aún hoy mantiene un cada vez más alto costo laboral para una oferta de mano de obra cada vez mayor, a través de leyes de salario mínimo, negociaciones colectivas forzadas y monopolios de las obras sociales.

El resultado de éste acceso de solidaridad socialista en la población culminó en la decisión del Gobierno de llevar adelante un "reclamado período social" para repartir "a los que se quedaron afuera" los frutos del desarrollo económico. El resultado fue que, casi desde los inicios del segundo período del gobierno del doctor Menem, entre 1994 y 1999, el gasto público comenzara a aumentar desproporcionadamente con respecto al Producto Bruto Interno de la Argentina y, simultáneamente, la pobreza volviera "paradójicamente" a aumentar con el mismo.

El desastroso resultado no se hizo esperar. La "culpa" la tenía el modelo de libre mercado que había aumentado el desempleo. Todos los errores del gobierno de Menem fueron diagnosticados como la cura y no como la causa de la crisis posterior, y viceversa. Así, en 1999, la población se volcó por una opción de centroizquierda que se presentaba como una "coincidencia" de diferentes frentes y partidos políticos. El resultado inmediato fue el regreso al poder del presidente del Banco Central que había promovido la hiperinflación y el estatismo durante el gobierno socialdemócrata del renunciante doctor Alfonsín: José Luis Machinea. La primera medida –luego del desalentador discurso de inauguración del mandato presidencial del doctor De la Rúa– consistió en el llamado "impuestazo" que, obviamente, iba a disminuir no sólo la productividad sino también la recaudación. Los capitales extranjeros, alarmados, comenzaron a huir despavoridos del país. Los intentos por dar marcha atrás en el proceso de izquierdización, recibieron el apoyo de la población y, sin embargo, fueron vagos y dispersos. El desenlace fue, nuevamente, que la siempre confundida opinión pública finalmente culpara a esos intentos de las fallas que las requerían como soluciones. El entonces ministro de Economía, Domingo Felipe Cavallo, que pretendía presentarse como la opción por un libre mercado moderado, terminó regulando aún más la economía y colmando el vaso de la crisis económica y política con la última gota posible de cicuta antipolítica (y antieconómica): "el corralito", que consistió en congelar los depósitos bancarios en el ingenuo intento de dar origen a una bancarización forzada para evitar la huida de los ahorristas. La situación se terminó haciendo insostenible en el año 2001: las protestas espontáneas y masivas terminaron sirviendo de excusa para que el gobierno del presidente De la Rúa acabase abandonando el poder –una constante del partido Radical– y dejándole la situación a un gobierno elegido por un Parlamento de corte "laborista" rayano en el populismo más exacerbado, que no hizo sino agravar aún más la situación.

Luego de dos cambios presidenciales en medio de continuas protestas masivas frente a la Casa de Gobierno, tomó el poder el actual presidente Duhalde que no hizo más que socializar aún más la economía y aumentar su poder frente a las protestas.

Del republicanismo al democratismo

Debe pensar el lector que el fenómeno argentino no es diferente al que en el siglo XX transformara las democracias republicanas en democracias sociales y finalmente en democracias populares. En la democracia liberal la mayoría eventual esta limitada por una ley que es aceptada en forma voluntaria y por libre unanimidad por quienes integran las denominadas sociedades libres, existe en función de derechos individuales previamente establecidos, y su legitimidad reside en una Constitución que opera como un contrato al que ningún asociado puede (ni debe) estar involuntariamente unido, por lo cual los ciudadanos son libres de separarse. Este es el principio liberal del contrato social de Locke, del "Don"t tread on me" de la Revolución Americana.

En la segunda todos los individuos están sometidos a un arbitrio popular que no necesariamente han aceptado, cuya legitimidad no esta en la ley sino en la arbitrariedad momentánea de la mayoría de turno, lo cual transforma la democracia representativa en una democracia socializante y consecuentemente totalitaria, al punto de destruir finalmente la libertad política de disentir que hace posible la libre elección inclusive de las mismas mayorías. Este es el principio comunista del contrato social de Rousseau, del "Power to the people" heredado de la Revolución Francesa.

Desgraciadamente se ha olvidado que la esencia de una sociedad libre es la libertad individual y los derechos de la persona, claramente definidos por la ley e independientemente de su número, ya que todo compromiso social entre ciudadanos no puede ser espontáneo sino que se fundamenta en un inviolable respeto por la propiedad privada de todos, y por tanto personal.

Eso se ha perdido en la Argentina. El siglo XX ha representado para nuestro país una desintegración, primero política, luego económica y finalmente social y cultural, tras años de democratismo, intervencionismo, populismo, lucha de clases y combinaciones sucesivas de fascismo laborista y socialdemocracia keynesiana que generaron un enrarecido clima de lucha de clases que no existía, a pesar de la agitación comunista, en las épocas previas al régimen totalitario y personalista de Perón; y que no cesó con la reacción masiva y popular de las clases medias y altas que generaron su derrocamiento. Desde ese momento nada se hizo para reparar la profunda división que había dejado el populismo en el seno de la población argentina, y las diferentes corrientes de derecha que representaban una posición favorable a cimentar en el ámbito social la "diversidad en la unidad", fueron débiles, y exhibieron conflictos entre sí, cuando no fueron obtusas y muy poco inteligentes. Así perdieron su oportunidad histórica de influir sobre la mentalidad de la sociedad argentina. Hoy una oligarquía no sería menos socialista, intervencionista y estatista que una dictadura del proletariado.

Hay verdaderos visos de que tal cosa esté actualmente cambiando, pero no es menos cierto que tal claridad de ideas llega como respuesta tardía frente a una suma de confusiones y conflictos que nos está llevando a una actual izquierdización nacional de neto corte soviético.

Del efímero totalitarismo democrático al partido único como representante popular: El clasismo marxista.
La organización totalitaria de la sociedad no necesariamente tiene por qué comenzar a construirse desde arriba hacia abajo. El caso soviético es ejemplar.
En la República Argentina, la colectivización de las relaciones sociales comienza a darse en nombre de la legitimidad que le da el proceso "democrático" a las asambleas populares barriales. Si bien se registran continuos actos de violencia para con las opiniones minoritarias, las mismas son -por lo menos en público y hasta ahora- reprobadas por los organizadores de las asambleas. De forma que se podría afirmar que, bajo intimidación o no, es la voluntad mayoritaria la que todavía rige las asambleas, aunque en forma inercial y masificante. Pero éste no es el núcleo del problema, sino la desaparición de todas las garantías y derechos individuales que se justifican en nombre de ese pretendido "poder democrático". Siendo que estas asambleas practican formas de democracia directa, la preocupación que existe acerca de las democracias indirectas sobre su carácter realmente democrático tiende a desaparecer, aun cuando –repito- por el momento se recuerde que la espontaneidad de una elección mayoritaria está en la no intimidación de todas sus partes, y por tanto en el respeto a las eventuales opiniones minoritarias que pudieran llegar a surgir. Sin embargo el problema esta justamente allí: la preocupación por el individuo solo en función de su carácter legitimador del proceso democrático. Una vez que se tiene la seguridad que una forma de gobierno es netamente democrática, todos los demás principios y valores tienden a desaparecer. Siendo que lo único importante sería asegurar el carácter democrático de estas asambleas, una vez asegurado este punto la preocupación por la limitación del poder de dichos soviets desaparece, olvidando que el principio de limitar el poder del gobierno democrático está en ejercer la libertad individual y no en la única función de asegurar la perpetuación de su carácter democrático.
Para que el lector pueda hacerse una idea rápida del problema, suponga que usted pudiera participar en una asamblea que ejerciera un poder sobre la sociedad en reemplazo de algunas de las potestades que tiene su municipio en tanto democracia representativa. El lector no estaría tan molesto si, por ejemplo, tuviera la posibilidad de elegir a que horarios y de que forma pasaran los camiones a recolectar la basura de su casa. Hasta podría participar con gusto en dicha asamblea mientras no interfiriera en su vida personal.Ahora bien, supongamos que el lector tuviera la oportunidad de participar en una asamblea donde pudiera votar para elegir el día y la persona con la que cada ciudadano del barrio deberá casarse, sus amistades, lo que deberá hacer en sus horas de recreación, las comidas con las que podrá alimentarse, la cantidad de hijos que podrá tener, etc. Participaría el lector de un poder omnímodo, sin duda. Un poder que debería compartir con el resto de su localidad. Pero un poder al que el mismo se vería infinitamente sometido. El lector, en tal caso, ¿preferiría el lujo de ser parte de una democracia pura y sin limitaciones de ninguna clase, o preferiría el derecho a decidir como será su vida sin el control del resto de la población local?La respuesta, tanto del lector, como de todos los que participaran en esta imaginaria asamblea sería la misma: "No queremos tanta democracia". Y es completamente lógico. La democracia es un medio, no un fin. El fin es la libertad, y sin ella la democracia no tiene ningún sentido. Ser un esclavo del pueblo, o serlo de una porción de este es la misma cosa, el mismo lecho de Procusto.Pues bien, quienes participan de estos soviets barriales están viendo involucionar sus libertades individuales cada día, ya que, en nombre de ejercer poder sobre tal o cual individuo al que consideran por arbitrio popular susceptible de ser condenado por la mayoría, están organizando toda su vida, cada vez más colectivamente, a través de esta toma soviética de decisiones.Ahora imagine el lector que esas asambleas con pretensiones socialistas de omnímodo control del individuo no se limitan a ejercer su poder sobre quienes deciden aceptarlo, o sea, quienes participarían de dichas asambleas, sino inclusive de quienes no quieren tener el "privilegio" de dicho poder democrático, o sea, de quienes no participan de ellas. Pues el hecho es que no hay que usar la imaginación, ya que estos soviets que la Argentina esta reestrenando en el mundo ejercen acciones directas sobre individuos aislados, sea para regular los precios de un comerciante, sea para atacar a un propietario que pretenda desalojar a un inquilino que no paga la renta, o sea para intimidar empresarios o maestros de escuela.Y la fundamentación para estas acciones es lo más preocupante. Quienes participan de esta democracia soviética ya poseen una fé igualitaria que los ciega frente al hecho de que el colectivismo social destruye la libertad por más democrático que fuera. Y ese igualitarismo es la misma base ideológica que lleva a la creencia de que, quien es condenado por algo que los demás no están en posibilidad de hacer, es parte en una clase construida sobre privilegios, cuyos derechos individuales serían diferentes a los de los demás. Un ejemplo de esta mentalidad es la idea de que "para que todos tengan los mismos derechos, todos tendrían que tener la misma cantidad de dinero". Así, cualquier condena popular contra un ciudadano aislado, que lleve a cabo una asamblea barrial, a completas espaldas de la ley, pasa a ser un acto de justicia popular, ya que si no todos son ajusticiados por lo mismo, el derecho del castigado pasa a ser criminalizado porque no puede ser sino resultante de un privilegio y no de un derecho igual para todos, y el castigo no puede ser sino justo.
Y faltaría cuestionarse que de continuar esta "lógica" ¿qué va a suceder en poco tiempo con quienes simplemente no quieran participar de las asambleas populares? ¿Cuánto faltará para que mayorías de ciudadanos silenciosos empiecen a ser estigmatizados como antidemocráticos?Esta versión colectivista de los "derechos humanos" es clásica entre la izquierda. El principio fijo y definido mediante la propiedad privada de los derechos del Hombre no importa su número, es subordinado al de los cambiantes y relativos "derechos de la Humanidad". Así, imaginemos el resultado de considerar que cien personas valen más que una: si esa persona tomada en forma aislada se resiste a ser secuestrada por el resto y ser sometida a experimentos humanos en nombre de la salud pública de las otras cien, la violación de los derechos humanos sería de parte de la víctima y no de los cien victimarios.Aunque aun no se ha dado semejante extremo maoísta de igualitarismo, esta paradoja ya se está dando en la Argentina: Las personas que integran las facciones más izquierdistas de las asambleas populares se consideran a sí mismas forzadas a participar de una sociedad capitalista en la que creen están sometidos a la libertad individual de los demás. Sin embargo, en vez de secesionarse a una comuna aislada, optan, sin ambages, por forzar a los demás a integrarse en una "Nueva Sociedad" asamblearia y colectivista, que pretenden construir desde abajo mediante esta burda y totalitaria forma de ingeniería social.
En una situación de libertad participar de una sociedad libre es un producto resultante de la unanimidad en los deberes al Estado que exige tal asociación. Existe entonces una elección previa y mucho más importante que cualquier elección democrática, y es la elección de todos los individuos a participar de tal o cual forma de gobierno, democrática o no. Construir un Estado de Derecho con ciudadanos libres en base a una constitución liberal es el equivalente a realizar una elección popular que haga a todo un pueblo exactamente la misma pregunta que he planteado al lector en este artículo: "¿Desea usted formar parte de una democracia donde se decida y controle toda su vida privada?" La respuesta democrática será, precisamente, contraria a la democracia y favorable a la libertad individual. Automáticamente entonces se habrá formulado, a través de esa misma previa elección democrática, las limitaciones constitucionales y el principio del gobierno de la ley. Una ley que, aceptada previamente por todos los que participan voluntariamente de la ciudadanía de una nación, está por encima de las elecciones democráticas. Por tanto las elecciones democráticas no pueden nunca estar por encima de la ley, y la ley para ser libremente aceptada por una ciudadanía libre no puede estar por encima de las libertades individuales, como de hecho y desgraciadamente pretende la socialdemocracia, y actualmente el marxismo con esta metodología soviética. La democracia es solo un medio necesario para la administración inevitablemente colectivo de la cosa pública. Nada más. El sistema político de la Argentina es representativo, republicano y federal. Y republicano no significa gobierno democrático, sino el alcance del poder político, sea o no democrático.
Pero con la sovietización de la Argentina y el furor democratista que le echa la culpa de todo a las minorías, el principio asociativo del contrato social, o bien de la sociedad en general que es previa al contrato, se ha puesto así de cabeza. Quienes abandonan una sociedad libre e individualista se transforman en esclavos de un Estado en principio imaginariamente controlado por ellos mismos.De cualquier forma este totalitarismo democrático se consume a sí mismo en cuanto la intimidación al individuo aislado toma carácter político dentro de las asambleas, y en cuanto se necesita de una dirección superior a nivel nacional que hace imposible una democracia directa. En tal caso el totalitarismo democrático se vuelve burocrático. En tanto avance el proceso izquierdista en la Argentina, un partido único se proclamaría por su origen asambleario "partido del Pueblo". Y cabe recordar que a diferencia de los partidos únicos fascistas, los partidos marxistas construidos sobre el centralismo democrático se legitiman como populares presentándose como el centro de poder de una clase social única, que tendría el poder político por el simple hecho de haber sido transformada en "dominante" -dentro de la mitología marxista- mediante la aniquilación social o física de las restantes.Llegado a tal punto, la construcción soviética de un partido marxista-leninista y un Estado socialista obrero habría llegado a su fin, con todo lo que esto representa.
Sovietizar: Una de muchas posibilidades para imponer una dictadura izquierdista.¿No se ha aprendido nada de 60 años de política comunista de terrorismo de Estado? ¿Ya nadie recuerda a su herencia de 70 millones de muertos, provocados por gobiernos que decían salvar del hambre al mundo con la fórmula marxista de sacarlo de la modernidad y retrotraerlo a un paraíso de racionamiento y economía de guerra? ¿Tendremos que ver nuevamente, como ha sucedido con Rusia y actualmente sucede con Cuba, la esquizofrénica aceptación internacional de un régimen que en nombre de la democracia socialista de un pueblo "colectivamente ateo" esclavice y persiga a una población formada por mayorías de "cristianos individuales"? En un país donde se cree que la única razón para limitar el poder del gobierno es que pueda alejarse de la voluntad popular, es preferible que exista la más insegura de las democracias indirectas a la más segura de las democracias directas, ya que el peligro de intentar esta última –poniendo a un lado lo ridículo del intento- sería una supresión permanente de las libertades políticas individuales a manos de una efímera democrática voluntad mayoritaria, y significaría por aumento de la esfera pública la esclavitud socialista de todos por todos, en función de tal o cual sector colectivizado, bajo la tutela de tal o cual elite populista.

Argentina deberá elegir, pues, entre un futuro de izquierda y un futuro de derecha, y aquí se juega el futuro alineamiento de una Argentina sovietizada o simplemente transformada en un régimen de socialismo marxista, en un eje latinoamericano de estados terroristas, tanto para el interior (victimizando inocentes para aterrorizar opositores) como para el exterior (exportando guerrillas insurgentes -que fueron el verdadero "terrorismo de Estado" sufrido en nuestro país- cuya principal tarea es ejercer el terrorismo –terrorismo definido por subordinar a la causa toda vida individual y vencer al enemigo psicológicamente-)Esto significa que por primera vez en Argentina, en formas duras y sin medias tintas, deberemos elegir entre dos opciones políticas basadas en principios filosóficos y económicos firmes, resolviendo en meses o días, lo que a la humanidad le ha costado más de un siglo, y sin duda más de un baño de sangre:  

1)      La primera vía (Revolución Inglesa y Revolución Americana): La democracia liberal cuya economía de libre mercado es resultante del Rechtsstaat o Estado de Derecho, y cuyo control social se basa primero en la asociación voluntaria de todos sus miembros y solo luego en el arbitrio de la mayoría, que es de la única forma que podemos hablar de inclusión social, voluntaria y por ende real, solo posible mediante un poder limitado a la res-pública. El único "sistema" que ha hecho un reconocimiento cabal del funcionamiento individualista del orden natural de la Economía que es la división del trabajo y el emprendimiento personal (verdadero y único modo de producción que ha existido durante cuatro mil años de historia), y que ha sido el que denominamos, más allá de orientaciones republicanas o monárquicas, democráticas o autoritarias, el "sistema liberal", que es, en realidad, un orden espontáneo no sistémico, producto de un reconocimiento por parte de un plan de gobierno de 1) una propiedad privada (o modo de apropiación) universal y no contradictorio de los bienes basado en lo que le da a la propiedad privada la calidad de tal, que es la relación de lo apropiado con la identidad particular del propietario, solo universalizable mediante su demarcación por el no inicio del uso de la fuerza y el reconocimiento de los derechos individuales, y 2) la necesidad de abolir más allá de cuestiones temporales o geográficas, culturales o raciales, todo plan del Estado sobre la sociedad y establecer las pautas contractualistas que posibiliten -o promuevan- la tendencia del actuar humano a generar (o regenerar) naturalmente en una previa sociedad lo que por sus resultados denominamos economía empresarial, "capitalista" o bien de trabajo acumulado y/o creativo. 

2)      La segunda vía (Revolución Francesa y Revolución Rusa): El despotismo estatista del "Partido del Pueblo" y el "revolucionarismo" constructivista que hace, en pocas palabras, de la lucha por la libertad un "poder que libera" por su solo actuar y una causa por la cual esclavizarse, y que es el único resultado congruente con el actual -y verdadero en su influencia cuantitativa mediática como cualitativamente intolerante- pensamiento único anticapitalista, que además de sostenerse sobre una real exclusión social sistemática, solo se puede edificar a nivel de masas sobre algo aún mas atemorizante: la reclusión, total y literal de los miembros de la población dentro de un territorio "liberado", resultado de la ingeniería social constante de un poder ilimitado, propio de un sistema de vida colectivista puro, o sea: socialista (que frente a la cura real soluciona hegelianamente la enfermedad con la muerte, o sea, la degeneración total y reactiva del intervencionismo del colectivo estatal durante toda la historia previa a la "sociedad abierta" [Popper] u "orden extenso" [Hayek] como resolución negativa, absoluto contrario al liberalismo o "capitalismo real", en el totalitarismo o "socialismo real", producto realmente reaccionario de la herencia primitiva de los remanentes culturales y sociales del colectivo tribal). Esta vía de socialismo y "camino de servidumbre"* de todos por todos, sea de Estado, policlasista, corporativista o fascista, mercantilista o burocrático, así como en su consumación absoluta en el socialismo marxista y comunistoide (que mediante la regresión selectiva de las clases sociales inferiores en función de la idealización de las más primitivas pretende [re-]construir la Gemeinschaft comunista -llegando a un paroxismo enfermizo apenas analizado dentro de tal doctrina- colectivizando hasta la división del trabajo al ridículo punto de hacerla desaparecer), el socialismo fué, es y será la socialización que en tanto tal ha transformado mediante una doctrina (de clase, raza, pueblo, etc.) su propio reduccionismo conceptual de sociedad en una totalidad real que absorbe al actuar privado y único de los individuos que la integran (ver "El orden sin plan: Las razones del individualismo metodológico" de Lorenzo Infantino, "Freedom, Inequality, Primitivism and the Division of Labor" de Murray N. Rothbard, y "The Origins of Totalitarian Democracy" de Jacob L. Talmon).

 Sinceramente no creo que haya espacio para una tercera vía, si es que alguna vez ha existido tal cosa.

 

 

 

Autor:

Pablo Martín Pozzoni

Partes: 1, 2
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